No cabe duda de que la música es parte de la vida cotidiana. Se escucha, se disfruta, se aprecia y, además, acompaña a diferentes circunstancias, por lo que se asocia a recuerdos y sentimientos. Por esto mismo, se reconoce su importancia más allá de su apreciación subjetiva: si su lugar en el desarrollo humano es claro, ¿por qué no utilizarlo en la educación? Precisamente, desde mucho tiempo atrás, la educación musical ha sido parte de programas de formación básica debido a sus beneficios en el desarrollo de los niños, quienes potencian su creatividad, capacidades cognitivas y competencias sociales. Para ahondar en esto, este texto desarrolla la importancia de la educación musical y su impacto en el desarrollo.
La formación integral de los niños y adolescentes durante la educación básica incluye la educación musical como una parte fundamental del currículo. Esto es así porque la música contribuye directamente con el desarrollo sensorial, cognitivo y socioemocional de los estudiantes, quienes, gracias a la música, experimentan nuevas sensaciones, aprender un nuevo lenguaje y se relacionan cuando ejecutan instrumentos de manera grupal. Por lo tanto, la educación musical va más allá de la apreciación estética y el entretenimiento. Se convierte, en este sentido, en una herramienta para facilitar la comprensión y expresión de emociones. Los pedagogos musicales contemplan estos aspectos para elaborar metodologías en las que la música ocupa un lugar privilegiado para desarrollar ciertas habilidades. La educación musical y su impacto en el desarrollo es indiscutible.
La música se considera el lenguaje universal por antonomasia. Efectivamente, no es para menos: el lenguaje musical permite expresar sentimientos e ideas que van más allá de los idiomas o las diferencias culturales, incluso. En ese sentido, la educación musical favorece el desarrollo de habilidades cruciales para la comunicación, ya que ofrece a los niños y adolescentes la oportunidad expresarse de una forma más creativa y auténtica, ya sea a través de la ejecución de instrumentos (guitarra, piano, acordeón, batería, entre otros) o del canto. Así, la comunicación verbal y no verbal se enriquecen, incluso cuando se deben realizar ensambles o participar de conciertos.
Como se ha mencionado antes, la música puede convertirse en una manera de canalizar y expresar sensaciones. Esto es en particular importante en el desarrollo de los niños, quienes progresivamente aprenden a reconocer, manejar y expresar sus emociones, tanto de manera intra como interpersonal. En este sentido, la educación musical opera como un estimulante poderoso para el autoconocimiento y la autorregulación emocional. En consecuencia, al estimular el desarrollo sensorial, los niños pueden acercarse al mundo y representarlo de manera más compleja, lo que les permite tener una relación enriquecedora con el entorno, los demás y ellos mismos. La música, más allá de la interpretación, se establece como parte del desarrollo psicoemocional.
La educación musical implica que, de manera progresiva, los niños y adolescentes puedan ejecutar instrumentos y aprender la notación musical. Esto, desde luego, tiene puntos calaros de influencia en el desarrollo cognitivo. Se trata de un conjunto de actividades que estimulan la atención, la memoria, el análisis, entre otros procesos mentales, que se fortalecen a través de la práctica musical regular. Así, junto con la memoria muscular, a nivel cognitivo se activan zonas del cerebro para procesar y comprender el ritmo, la melodía y la armonía, las cuales tienen sus propios procesos internos (alturas de las notas, tiempo, compás, escalas, acordes, arpegios, entre otros). Todo esto fomenta la abstracción, el pensamiento lógico-matemático, el razonamiento, entre otros.
La ejecución musical, sea con instrumentos o con la voz –entendida como instrumento también–, implica una consciencia profunda del cuerpo, sus movimientos y sus posibilidades. En este sentido, la educación musical involucra el uso de cuerpo en todos sus niveles, desde la motricidad fina y gruesa hasta la coordinación visomotora, la flexibilidad, la propiocepción, entre otros. Por ejemplo, la percusión requiere que diferentes miembros se muevan de manera independiente al mismo tiempo que mantienen una relación rítmica. La batería ilustra esto, donde las manos y los pies tienen funciones diferentes. En cuanto a los cordófonos, por su parte, las manos son complementarias: mientras que una desarrolla fuerza y velocidad para la pulsación ágil de las cuerdas, la otra se ocupa de la ejecución, tan importante en la guitarra en diferentes géneros musicales.
La enseñanza de la música en la educación primaria y secundaria es fundamental para promover un desarrollo socioemocional sólido. Precisamente, en la expresión musical, el trabajo en equipo, la cooperación y la empatía son factores ineludibles para lograr una buena performance cuando se trata de participaciones grupales. Al respecto, se fomentan las habilidades comunicativas para comentar recomendaciones, debatir arreglos, comprender dificultades, entre otros. Incluso, ante la ocurrencia de dificultades, la educación musical es clave mejorar la habilidad de resolución de problemas, donde se requiere debate, escucha activa y comunicación fluida.
Por último, como parte del desarrollo integral de las personas, la importancia de la educación musical se demuestra a través de desarrollo de la creatividad, la cual puede brindar caminos, modos y estrategias para expresar y comunicar. No se trata solo de ejecutar instrumentos, sino también de comunicar a través de ellos, incluso con la composición de letras o líneas melódicas. Si esto se incentiva desde muy temprana edad, las personas –ya de adultas– cuentan con más y mejores herramientas, estrategias y oportunidades de comunicación, así como de gestión emocional. La creatividad, en ese sentido, se desarrolla sobre la base del conocimiento de técnicas, teoría musical y composición; en pocas palabras, los medios para dar forma al pensamiento y las emociones.
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